El inicio de mi infancia estuvo marcada por un episodio traumático. Cuando tenía solamente tres años, hubo un incendio en mi casa. Sobreviví pero estuve ingresada en el hospital siete semanas en la unidad de quemados, por quemaduras graves. Este episodio cambió mi vida.

Dejó marcas de las que yo no tenía ningún recuerdo consciente, además de traumas, miedos, inseguridades, ansiedad… Mi autoestima tenía una herida más grande que las cicatrices de mi cuerpo. 

Eso se entrelazó con mi primera menstruación. Sentí que todo se volvía más complicado, ya no solo emocionalmente, si no también físicamente. En ese momento ya había interiorizado que ser mujer era sinónimo de sufridora y en consecuencia menstruar era un condicionante y una tortura mensual. Esto sólo fue el inicio. La separación de mis padres y la pérdida de mi mejor amigo durante la adolescencia fueron detonantes que me llevaron a caer en depresión. Cuanto peor me sentía emocionalmente, más reactivo estaba mi cuerpo. Recurrí a algunos especialistas de la medicina convencional durante meses, pero nada mejoraba. Eso solamente sucedió cuando busqué ayuda con un abordaje natural, diferente, entonces sí, emocional y físicamente las cosas mejoraron tanto que recuperé mi amor por la vida, mi salud, pero también nació en mí un interés especial por la maternidad y la salud desde un abordaje natural.